martes, 29 de julio de 2008

El viejo baúl del desván: El colgante.

Desde aquel encuentro fortuito con esas extrañas gafas no he descansado...Cada paseo por la calle, cada trayecto al trabajo o cada simple encuentro fortuito con un vecino o conocido convierte mi interior en una dramática sucesión de sensaciones que me conectan con aquel al que miro.




Son tantos sentimientos percibidos en estos últimos días, tantas experiencias de vida las que pasan por mi ser que me siento superado no por el mundo completo, sino por cada pequeño rincón que lo forma.




¿Qué hacer ante la tribulación ajena si ni tan siquiera sé qué hacer a veces con la mía? Cada día el peso de todas estas emociones me arruga un poco más... me hace ensimismarme y pensar constantemente... ¿Qué hacer? No puedo seguir viviendo con esta capacidad de ver que hay detrás de la máscara corpórea de cada ser humano... pero tampoco puedo abandonar ese don y marchar con la conciencia en paz.




Agitado con estos pensamientos, casi mecánicamente bajo las escaleras y llego al sótano. Casi antes de entrar, ya presiento la existencia de ese objeto inanimado... Entre el apulgarado aroma a objeto abandonado, llega también ese aroma a madera vieja mezclado con el de terciopelo gastado... no puedo evitar acercarme y abrir su chirriante tapa.




No consigo recordar el momento en el que introducí la mano y saqué el objeto... pero lo cierto es que de repente me encontré subiendo las escaleras con un colgante en la mano. La brillante piedra ovalada lanzaba destellos esmeralda parcialmente amortiguados por el raído cordel que la sostenía... Y con cada brillo un deseo golpeando en mi mente... colgarmelo...


Quizás fue el hecho de salir de aquel lugar oscuro que me pone nervioso, o que pensar un rato las cosas me calma, pero el hecho era que tenía las cosas claras, sabía perfectamente lo que debía hacer...




Paso tras paso, mientras salía de casa, e iba al encuentro de las personas que había observado últimamente, las palabras que debía decir... los actos que debía de hacer simplemente fueron apareciendo en mi mente... Sabía cuando debía acercarme a alguien para darle unas simples palabras de consuelo, o cuando sencillamente solo debia estar ahí en silencio, acompañando, escuchando. Sabía cuando alguien necesitaba de veras un cafe, y cómo hacer para mejorar socialmente la vida de alguien...


Desde que mis ojos se abren con el primer rayo de luz que atraviesa las cortinas hasta que reposo mecido por el canto de los grillos, hay una misteriosa fuerza que mueve mis pies, agita mis manos, habla por mi boca... un torrente de energía que circula por mis vías nerviosas y conduce cada impulso eléctrico para conseguir la acción correcta... Parece como cosa de magia, un paso hacia la perfección. Pensé que bastaría simplemente con saber lo que el otro siente para poder arreglar un poco este mundo gris, pero ahora que sé qué hacer en cada momento... mis posibilidades parece no tener límite...