El frío viento acariciaba los muros arañándolos con escarcha al pasar.
La inmensidad del cielo hacía perderse la vista entre pensamientos, y su oscuridad, la mecía entre sueños que nacían y se iban como el continuo destello de las estrellas... como esas fugaces lágrimas que caen hacia el infinito portando un deseo en su viaje.
Toda la grandeza del universo se reflejaba enturbiada en mis pupilas, y mis sentimientos llenaban ese inmenso espacio con deseos, ilusiones, pensamientos.
Y aferrado a la melancolía que me impedía saborear la belleza que flotaba en la atmósfera, y las cálidas voces amigas que tras mi espalda hablaban y reían, seguía buscando una respuesta, seguía incesantemente buscando esa quimera ilusoria que todo ser limitado ansía para la consecución de la felicidad... la verdad.
Una pregunta seguía a la otra, como en una cadena... una cadena amarga de infinitos eslabones que desfilaban en mi mente.
Y mientras la duda iba arañando mi ser, el tiempo iba restándome vida... como esa gota que carcome al suelo y va profiriendo una depresión día a día, mes tras mes, año tras año...
Hasta que fijé la vista hacia el cielo, y mientras mis penas se vaciaban humedeciendo al suelo, el cielo lloró conmigo... y mientras juntos llorábamos, desee...
No sé si se cumplió o no, pero el silencio llenó aquel valle de amargura que me rodeaba y lo vació, el viento me arropó y las estrellas rieron mientras me iluminaban. Las nubes se retiraron tras las colinas buscando descanso, y poco a poco, los etéreos dedos del sol, fueron agarrándose por las depresiones de las montañas y se derramaron por la verde pendiente que hasta mi llegaba, llenándome de un dulce calor que me despertó de ese vacío sueño.
Vacío sueño que la realidad colmó...
El canto de los pájaros llenaba el ambiente de una palpable alegría que atravesaba al alma empapándola de nueva esperanza.
Miré hacia el suelo... y allí donde había sido humedecido por mi amargura habían brotado pequeñas flores que se combaban ante el viento, luchando en su crecimiento contra la adversidad, contra el dolor, la angustia, la duda, la desilusión... y mientras lo hacían, esparcían su color llenando de nueva armonía y belleza ese hermoso día que me devolvió la sonrisa, que me hizo volver a mí... con nueva esperanza y energía, con ganas de amar y ser amado.
La inmensidad del cielo hacía perderse la vista entre pensamientos, y su oscuridad, la mecía entre sueños que nacían y se iban como el continuo destello de las estrellas... como esas fugaces lágrimas que caen hacia el infinito portando un deseo en su viaje.
Toda la grandeza del universo se reflejaba enturbiada en mis pupilas, y mis sentimientos llenaban ese inmenso espacio con deseos, ilusiones, pensamientos.
Y aferrado a la melancolía que me impedía saborear la belleza que flotaba en la atmósfera, y las cálidas voces amigas que tras mi espalda hablaban y reían, seguía buscando una respuesta, seguía incesantemente buscando esa quimera ilusoria que todo ser limitado ansía para la consecución de la felicidad... la verdad.
Una pregunta seguía a la otra, como en una cadena... una cadena amarga de infinitos eslabones que desfilaban en mi mente.
Y mientras la duda iba arañando mi ser, el tiempo iba restándome vida... como esa gota que carcome al suelo y va profiriendo una depresión día a día, mes tras mes, año tras año...
Hasta que fijé la vista hacia el cielo, y mientras mis penas se vaciaban humedeciendo al suelo, el cielo lloró conmigo... y mientras juntos llorábamos, desee...
No sé si se cumplió o no, pero el silencio llenó aquel valle de amargura que me rodeaba y lo vació, el viento me arropó y las estrellas rieron mientras me iluminaban. Las nubes se retiraron tras las colinas buscando descanso, y poco a poco, los etéreos dedos del sol, fueron agarrándose por las depresiones de las montañas y se derramaron por la verde pendiente que hasta mi llegaba, llenándome de un dulce calor que me despertó de ese vacío sueño.
Vacío sueño que la realidad colmó...
El canto de los pájaros llenaba el ambiente de una palpable alegría que atravesaba al alma empapándola de nueva esperanza.
Miré hacia el suelo... y allí donde había sido humedecido por mi amargura habían brotado pequeñas flores que se combaban ante el viento, luchando en su crecimiento contra la adversidad, contra el dolor, la angustia, la duda, la desilusión... y mientras lo hacían, esparcían su color llenando de nueva armonía y belleza ese hermoso día que me devolvió la sonrisa, que me hizo volver a mí... con nueva esperanza y energía, con ganas de amar y ser amado.