miércoles, 11 de junio de 2008

La voz del que no se sabe defender...


Hoy seré una voz cualquiera, quizás la tuya o la mía, eso no importa... pero esa voz trae palabras que deben ser leidas por todos.



A veces dicho como una simple frase de buenos días, pronunciado con inocentes palabras, a veces simplemente dicho de la forma mas directa o incluso emitido entre confusas frases que lo encierran... no importa como, pero que sencilla, que veloz y que prematuramente emites tu juicio.



Me miras a los ojos pensando que con ello ya llegas al fondo de mi alma, sondeas mis hábitos y costumbres, comparas mi día con el día que has tenido, mis sentimientos con los tuyos... Y tras unos momentos das el veredicto. Culpable. Es fácil culpar, sobre todo cuando tú eres juez, abogado y fiscal, yo un simple acusado sin defensa ni justo tribunal, un pobre diablo sentado en el banquillo que con mano trémula sobre biblia balbucea lo que en ese momento consigue argumentar. Siempre es una débil excusa para tí, siempre es una voz delatadora, una frase egoísta... ¡Siempre soy un hombre culpable!



Hasta incluso cuando la criticada ley mantiene el estado de inocencia sobre todos, y nuestro nombre solo vaya detrás de una modesta presunción, incluso entonces dudas de mí.



Te basas en conocerme, mis luces y mis sombras, mi orgullo y mi humildad, mi grandeza y mis miserias... Lees el historial de nuestra relación (si es que la hay) y aportas cargos pasados por los que ya he cumplido pena... ¿Cuantas veces hay que expiar una transgresión para dejar de sufrirla? No sé cuantas mentiras habré dicho en mi vida, pero seguro que son menos de las que pensaste que eran en su momento... No sé cuantas veces habré tenido razón sin tener fuerza para demostrarlo, pero seguro que eran más de las que no despreciaste mis motivos...



Toma un espejo y míralo, mira tus miedos y tu dolor, tu incapacidad para seguir adelante a veces, mira como cojeas al caminar... ahora golpea ese espejo hasta hacerlo añicos... allí detras estoy yo, aterrado y dolido, inmóvil y sin poder seguir, dando pasos cojeando... siguiendo mi camino, tropezando pero felíz, pues ahora he oído el ruido que provocó tu indiferencia al quebrarse, y sé que el muro que nos separaba del entendimiento al fin se ha resquebrajado.

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